El zar de la cocaína. El rey de Medellín. El patrón. El Robin Hood paisa. Pablo Emilio Escobar Gaviria se convirtió el 2 de diciembre de 1993, simplemente, en un fugitivo asustado, un cadáver panza arriba, un hombre de mediana edad y barba descuidada abatido por el Bloque de Búsqueda en un tejado de los bajos fondos de Medellín.
Con el auge de la cocaína en los años ochenta, Colombia se convirtió en poco tiempo en la capital de esta droga debido, sobre todo, al esfuerzo emprendedor de genios del mal de la talla de Pablo Escobar. El colombiano se elevó como “El Zar de la cocaína” y se dice que
acumuló la mayor fortuna de su país y una de las mayores del mundo, 9.000 millones de dólares que algunas fuentes aumentan hasta 25.000.
Durante un tiempo Escobar
se hizo pasar por un político y empresario ejemplar, con especial predilección por ayudar a las personas con menos recursos de Antioquía. En su barrio de la infancia, La Paz, construyó campos de fútbol y viviendas, mientras se relacionaba con personajes televisivos y figuras públicas.
En 1989, Escobar hizo explotar una importante cantidad de dinamita cerca del edificio del Departamento Administrativo de Seguridad (grupo que hacía labores de policía antiterrorista) con un total de 70 personas muertas en el atentado
Asimismo, “El Patrón”
estrelló en pleno vuelo un avión de Avianca al creer que en él viajaba el candidato a la presidencia César Gaviria, quien se había quedado finalmente en tierra. Aquel día perdieron la vida 110 personas.
Ante la incapacidad de frenar al “ Zar de la cocaína”, Colombia aceptó la ayuda de EE.UU, que sumó agentes de la DEA a la guerra contra el narcotráfico, y se vio obligado a negociar con Pablo Escobar un descompensado acuerdo para que finalizara la escalada de muertes. A cambio de que no fuera extraditado a EE.UU, el capo accedió a entrar en prisión, si bien a una construida y dirigida por él mismo.
El presidente César Gaviria envió a Eduardo Mendoza, viceministro de Justicia, y al coronel Hernando Navas Rubio, director general de Prisiones del Instituto Penitenciario, a poner fin a aquel absurdo y a trasladar al narcotraficante.
Sin embargo,
Escobar tomó como rehenes a los dos funcionarios mientras preparaba su fuga de la cárcel, ahora asediada por el ejército. El 21 de julio de 1992 Escobar y sus hombres huyeron de la prisión a través de uno de los muros traseros de la prisión.
Aquí empezó la persecución de Pablo y el principio de su historia. Se estableció una unidad especial, el Bloque de Búsqueda, formada por policías, militares y agentes de la DEA (Departamento antidroga de EE.UU.) para dar con el escurridizo narcotraficante.
El planeta quería capturarlo y
el Gobierno ofreció cinco millones de dólares de recompensa. La sorpresa fue que Medellín, donde seguía siendo enormemente popular, no parecía interesado en atrapar al Robin Hood paisa.
Su suerte empezó a cambiar cuando el Bloque de Búsqueda y los Pepes (un grupo paramilitar financiado principalmente por el Cartel de Cali y con nexos todavía sin aclarar con la CIA y la DEA) le forzaron a vivir en constante fuga y de forma clandestina.
Las bombas del narco herido
Cuando fue rechazada su desesperada oferta para regresar a la cárcel a cambio de una pequeña pena y la disolución del Bloque de Búsqueda, Pablo Escobar inició una serie de atentados, con más de 250 bombas explotadas a lo largo del país a modo de represalia.
“Por aquellos días mi padre hacía referencia constante a Salvatore Totò Riina, de quién adaptó sus métodos terroristas con coches bomba utilizados para enfrentarse al Estado italiano a través de asesinatos selectivos”, escribe el hijo mayor en ‘Pablo Escobar: Mi padre’.
Después de un año levantando hasta la última piedra de Medellín, el Bloque de Búsqueda dio con la clave al localizar seis llamadas que Escobar le hizo a su hijo. Ayudó la avanzada tecnología de rastreo a disposición de esta unidad y, sobre todo, los descuidos del narco colombiano en las últimas fechas.
El día 2 de diciembre de 1993, un día después de haber cumplido 44 años,
Escobar fue arrinconado por las fuerzas armadas en una residencia cercana al centro comercial Obelisco y también al estadio Atanasio Girardot, en el oeste de la ciudad.
Relata el corresponsal de ABC Sebastián de Aristizábal, que
500 soldados y policías rodearon la casa y “los soldados procedieron a irrumpir en el lugar en el que el capo y un guardaespaldas se encontraba”. Su hombre más fiel, Álvaro de Jesús Agudelo, alias «Limón» recibió a la unidad de asalto con una metralleta y fue abatido en el interior de la humilde vivienda. Su muerte permitió al narcotraficante escapar por uno de los tejados de la casa.
«Escobar trepo descalzo por la ventana y pasó al tejado de la casa contigua tratando de huir. Se mantuvo cerca de la pared de otra vivienda, que quedaba a la derecha de la ventana. Ese muro lo protegió un poco de los agentes en tierra, pero no de los que le estaban persiguiendo. Escobar llevaba dos pistolas y disparó a los agentes que se encontraban detrás de él mientras cruzaba el tejado. Esos hombres y los que estaban en tierra respondieron a los disparos y dieron a Escobar varias veces», narra el agente de la DEA Steve Murphy.
Los enigmas abiertos sobre su muerte
El primer de los tres disparos que impactaron en el narcotraficante procedió del fusil de un agente que cubría la salida posterior de la casa. Lo recibió cuando intentó volver sobre sus pasos, en el tejado, y fue alcanzado en la parte de atrás del hombro por una bala que se alojó entre los dientes 35 y 36, según el dictamen de los forenses.
Probablemente el narco cayó sobre el techo de teja tras este impacto. Un segundo disparo , localizado en el muslo izquierdo, le impidió volver a levantarse. Finalmente, el tercero y más polémico alcanzó su cabeza a poca distancia (este hecho fue negado posteriormente por el Bloque de Búsqueda) y entró desde el lado derecho de la cara, cerca del oido, para salir por la izquierda. La bala le mató de forma instantánea.
¿Quién apretó el gatillo?
Las teorías son variadas y contradictorias. La familia de Escobar sigue sosteniendo que, tras recibir el primer balazo,
el narcotraficante se suicidó como siempre había prometido.
La famosa fotografía del agente Steve Murphy junto al cadáver se produjo 15 minutos después de que tuviera lugar la muerte del capo, según el testimonio del militar.
“Mientras observaba la zona alrededor del orificio de entrada en la oreja de Escobar,
no vi ningún signo de quemadura por pólvora, que indican un suicidio por arma de fuego o un disparo hecho a muy corta distancia. Claramente, esto no era un suicidio. Determinar la causa de la muerte era importante porque, años más tarde, su hijo, Juan Pablo, intentaría por su parte manipular la verdad y alegar que su padre se suicidó en el tejado. En cierto modo, se suponía que esto lo haría parecer valiente”, asegura Murphy en “Caza al hombre: cómo atrapamos a Pablo Escobar”.
En el momento de su muerte, el Zar de la cocaína vestía camisa azul y pantalón vaquero y no tenía zapatos; a su lado tenía una pistola. Ninguno de los guardias que posaron junto a su cadáver a modo de trofeo de caza perdieron el tiempo en tapar la barriga desnuda y prominente del cuerpo. Porque al final resulta que los mitos criminales también sangran y tienen barriga cervecera.