Mary Austin conoció al músico en 1969. Vivieron juntos seis años y se separaron cuando él le dijo que era homosexual.
Pero la consideró su esposa hasta en su testamento y le pidió que cumpliera con su último deseo.
Mary Austin, se atrevía a decirle siempre la verdad a la megaestrella que era entonces Freddie Mercury.
Mercury se le declaró a Mary Austin dedicándole una canción que se convirtió en himno a través de las generaciones: “Love of my life” (1975).
No importó que su noviazgo solo durara seis años (1970-1976), la incondicionalidad de su relación trascendió la muerte del cantante, de la que hoy se cumplen 29 años.
Mary, a quien Freddie se refirió siempre como su esposa aunque nunca se casaron, es la única guardiana del último deseo –y el último secreto– del líder de Queen: el destino final de sus cenizas.
Solo a ella podía confiarle esa misión que lo atormentaba. No es un dato inesperado. Mary había sido la primera en saber que él tenía VIH: conoció los resultados aun antes que el propio músico.
“No quería que nadie intentara desenterrarlo, como había sucedido con otras personas famosas. Los fanáticos pueden ser profundamente obsesivos. Él quería que fuera un secreto y seguirá siéndolo”, dijo Mary en una entrevista con el Daily Mail en 2013.
Por entonces contó que mantuvo por dos años la urna con los restos de Freddie en su cuarto de la mansión Garden Lodge de Kensington, valuada en 22 millones de dólares, que le legó su gran amor junto con la mitad de sus bienes y un porcentaje de los derechos de autor de la banda.
Había llamado a sus padres, Bomi y Jer Bulsara, a una ceremonia íntima en Garden Lodge en memoria de Freddie. Pero ni siquiera ellos supieron cuál sería el destino final de las cenizas de su hijo.
Se especuló con que habrían regresado a su Zanzíbar natal, que habrían sido enterradas bajo un cerezo en el jardín japonés de la misma Garden Lodge y con que estaban en el cementerio de Kensal Green bajo otra identidad. Austin desmintió cada versión y se mantuvo fiel a su promesa: “Nadie nunca sabrá dónde están enterradas, porque ese fue su deseo”.
Una clave de esa lealtad inclaudicable se vislumbra en una entrevista que Mercury dio en 1985: “Todos mis amantes me preguntan por qué no pueden reemplazar a Mary, pero es simplemente imposible. Es la única amiga que tengo, y no quiero a nadie más. Para mí es mi esposa. Para mí fue un matrimonio. Creemos el uno en la otra, y eso es suficiente para mí”.
Mary era de origen humilde y su vida cambió por completo cuando empezó su romance, casi en secreto, con el músico.
Lo acompañó en los primeros años de éxito de su carrera. “Crecimos juntos”, dijo en aquella entrevista al Daily Mail. Eran días felices: ella lo acompañaba a las grabaciones y en las largas noches que pasaba componiendo. “Solo ha habido dos personas que me han devuelto tanto amor como yo les di. Mary, con quien tuve una larga aventura, y nuestro gato, Jerry”, decía Freddie.
Una Navidad le propuso casamiento con un anillo de jade.
Mary aceptó. Pero pasaron los meses, y aunque ella se ilusionó con un vestido, la propuesta se diluyó. “Nunca lo cuestioné, pero él sí había empezado a cuestionarse a sí mismo. Probablemente quería casarse, pero empezó a preguntarse si eso iba a ser justo para mí”, contó Austin sobre el final del noviazgo, cuando Mercury le reveló que era bisexual. “No creo que seas bisexual. Creo que eres gay”, le dijo ella.
Fue el final de la convivencia, pero la confianza infinita y la certeza de que en ella iba a encontrar una voz capaz de hablarle con la verdad y de igual a igual si era necesario no tenían reemplazo.
Ese día la abrazó y le dijo que, sin importar lo que pasara, quería que fuera parte de su vida para siempre.
Mary fue un apoyo incondicional en esos últimos días del cantante antes de aquel 24 de noviembre de 1991 que enlutó al mundo. Había planeado envejecer con ella, pero la intensidad electrizante de su voz se apagaría apenas a los 45 años.