A mediados de los años 70 el norte de Inglaterra se encontraba completamente espantado por 13 asesinatos con el mismo modus operandi que el del famoso asesino en serie 'Jack el destripador' en 1888, caracterizado por cortar la garganta de sus víctimas, mutilar áreas genitales y abdominales, extirpar sus órganos y desfigur su rostro, especificamente a mujeres que se dedicaban a la prostitución.
Pero hace tan solo un mes, en plena ola de contagios, el Destripador de Yorkshire fue víctima ante un enemigo del que no pudo esconderse: el COVID-19.
Falleció a los 74 años y dejó de ser el sanguinario asesino de mujeres para convertirse en Peter Sutcliffe, un hombre abatido por el coronavirus al que Netflix ha dedicado una serie-documental 'El Destripador" y que ha levantado polémica entre algunos familiares de las víctimas por considerar que la plataforma "glorifica" al asesino.
Según El confidencial, Sutcliffe, originario del área de Bingley, en la ciudad de Bradford, fue todo un 'copycat' de Jack el destripador entre 1975 y 1980 en la ciudad de Yorkshire. Aunque no todas sus víctimas fueron prostitutas, sí eran mujeres en su totalidad y, aunque se han le han reconocido hasta 13 víctimas mortales, hubo, al menos, otras siete a las que atacó.
Aunque fue posteriormente, tras hacerse pública su identidad como asesino en serie, cuando se concluyó que el criminal padecía ciertos trastornos, lo cierto que es sus extraños hábitos y comportamientos podían tener origen en el trabajo que cubría su rutina día a día: sepulturero en el cementerio. El mismo pueblo que lo vio nacer es al que él enterraba cada jornada.
Fue una de esas tardes, mientras Sutcliffe ejercía su trabajo, cuando empezó a oír "la voz de Dios" que lo llamaba. El sepulturero creyó firmemente que procedía de una de las tumbas y lo acompañó durante meses. Hasta que un día, esa voz cambió el tono y el hombre entendió entonces que las palabras que le transmitía eran incitaciones a cometer actos violentos. Una de estas enajenaciones tuvo lugar en una taberna del pueblo. Allí, en presencia de todos los vecinos de la zona, una prostituta dejó en evidencia al sepulturero, algo que no le sentó nada bien. Fue así como, movido por la vergüenza e impulsado por la 'voz', Sutcliffe decidió que acabaría con la vida de todas las prostitutas con las que se cruzase.
Según pudieron comprobar en cada asesinato, el asesino utilizaba instrumentos muy dispares para cometer los crímenes; desde martillos o cuchillos, hasta sierras metálicas y destornilladores. Aunque parecía sumamente preciso en sus estoques, sus ataques no eran nada disciplinados. Después de merodear un rato a sus víctimas, el sepulturero se abalanzaba sobre ellas y las golpeaba repetidas veces en la cabeza con el objeto que hubiera elegido ese día.
Algunos de estos asaltos culminaban con la extracción de las vísceras de las agredidas. Así se mantuvo durante cinco años, hasta que unos agentes locales tuvieron un golpe de suerte. Según
The Guardian, las autoridades británicas emplearon hasta 2,5 millones de horas en tratar de dar con él.
En una ronda rutinaria, detectaron un coche que estaba mal aparcado en una carretera. En su interior, se encontraban Sutcliffe y una prostituta (y posiblemente próxima víctima). Al detenerse frente al vehículo, comprobaron que el número de la matrícula parecía casi recién dibujado y sospecharon que fuese un coche robado.
Bajo esa acusación, se llevaron al hombre detenido, pero no fue hasta que pisaron el suelo de la comisaría cuando se dieron cuenta de que el rostro del novato ladrón era muy similar al retrato robot del Destripador de Yorkshire. Dieciséis horas de interrogatorio después, lo confesó todo.
En el juicio, el sepulturero no se libró de la cárcel y pasó poco más de un año entre rejas bajo la condena de cadena perpetua, aunque después fue trasladado al centro de Broadmoor para enfermos mentales tras ser examinado por un equipo de psiquiatras.
Sin embargo, fueron muchos los expertos que defendían que no existía ningún tipo de enajenación en el asesino, sino que este actuaba de una forma premeditada y organizada al cometer los crímenes, un comportamiento que no casaba con un demente pero sí con el de un asesino organizado. Finalmente, en 2016, fue desplazado hasta la prisión de HMP Frankland, donde permaneció hasta su muerte a los 74 años, el 13 de noviembre de 2020, como consecuencia de haber rechazado un tratamiento para el coronavirus.