Repensando la valentía
¿Qué es ser valiente? ¿Conserva este concepto su relevancia? Y si es así, ¿cómo se trasmite a otros esa posibilidad?
Vivir es complicado, siempre lo ha sido. Desde el lejano hombre de las cavernas que salía a cazar bisontes armado de poco más que palos y piedras, hasta la madre contemporánea que trata de descifrar la idoneidad moral del app que tiene instalado su hijo en el celular, el arte de vivir es un delicado balance cotidiano entre la incertidumbre y el deseo de trascendencia.
Y, sin embargo, la persona moderna tiene una sensación de fragilidad y vértigo algo mayor que la de generaciones anteriores. Entonces nos preguntamos, ¿qué nos ha pasado? ¿qué hemos olvidado en el camino?
La respuesta puede estar en el miedo. Tenemos un miedo generalizado que nos encierra en nuestros pequeños mundos privados. Entre el desinterés aprendido y la competencia exagerada, de lo que nos hemos “privado” es de nuestra posibilidad más humana: la de contribuir y participar activamente en la vida de la comunidad.
Necesitamos encontrar un antídoto que nos ayude a enfrentar el miedo existencial, haciéndonos capaces de sobreponernos a nuestras falencias, acogiéndonos y acogiendo a los demás con respeto y misericordia.
Ese antídoto es la valentía.
Valentía para aceptar que el mundo no es perfecto y que nuestros ideales tampoco lo serán.
Valentía para comprender que vamos a equivocarnos muchísimo y que abrazar el dolor nos permite corregir el rumbo.
Valentía para intentar cambiar una sociedad que sanciona negativamente los intentos fallidos.
Valentía para alentar el camino personal de los que amamos, aun cuando no sea el más cercano a nuestro corazón.
Valentía para reivindicar la posibilidad de esta postura en lo cotidiano, sin grandes aspavientos ni situaciones extraordinarias.
En resumen, valentía para actuar con coraje, porque como bien lo señalaba Alfred Adler, la vida transcurre en el plano de los eventos, no en la retórica o las intenciones.
El camino para lograr esta vida valiente es relativamente sencillo y parte del hecho incuestionable de que los aprendizajes se fijan cuando los compartimos con los demás.
Aprovechemos entonces nuestras opciones de adultos, para envalentonar a otros. Hagámoslo con más preguntas que respuestas, con más atención al proceso que a los resultados, con más énfasis en los logros que en las dificultades.
Así contribuiremos a reinstalar la valentía en las tres grandes tareas que deben acometerse para una vida feliz: trabajo, amistad y amor.
Intentémoslo... ¡vale la pena!