La violencia que viven las mujeres embarazadas y que la mayoría desconoce
Por: Gabriela Pinasco

En la antigüedad el parto era una cosa de mujeres. Ellas parían y eran las encargadas de velar por que se cumpla el proceso natural más hermoso del reino animal: traer una vida al mundo. Los posibles riesgos durante el parto, como la muerte materna y perinatal, obligaron luego a que se vuelva un acto quirúrgico en el que los ginecólogos -todos hombres- obligaban a la mujer a ponerse en posición horizontal (conocida como litotomía), sin saber que esta es la peor forma de dar a luz, y desencadenando así una serie de situaciones violentas que aún hoy se ven como ‘normales’ en nuestra sociedad.

El desconocimiento generalizado sobre la violencia gineco-obstétrica y su normalización en Ecuador y en todo el mundo, han forjado a su vez la idea de que el parto es un acto de sufrimiento que las mujeres deben atravesar con dolor y sin quejarse. Apenas en julio del 2019 dejó de ser un tema invisible para Naciones Unidas, y en diciembre del mismo año se emitió la primera sentencia por este tipo de violencia en el país.

Pero, ¿qué es la violencia gineco obstétrica? Si bien no existe una normativa que regule con especificidad las causales de este tipo de violencia, la Ley para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres la define como “toda acción u omisión que limite el derecho de las mujeres embarazadas o no, a recibir servicios de salud gineco-obstétricos. Se expresa a través del maltrato, de la imposición de prácticas culturales y científicas no consentidas, el abuso de medicalización, y la no establecida en protocolos, las acciones que consideren los procesos naturales de embarazo, parto y posparto como patologías, la esterilización forzada, la pérdida de autonomía y capacidad para decidir libremente sobre sus cuerpos y su sexualidad”.

“Mi útero estaba contrayéndose de golpe y corría riesgo de que se me rompa”

Adriana (nombre protegido) nunca imaginó que sus dos embarazos serían tan traumáticos. En el primero le dijeron que debía someterse a una cesárea de emergencia, pero como apenas tenía 7 meses de afiliada no se la pudo realizar en el IESS, así que tuvo que buscar atención en un centro de salud municipal de Quito, en donde le aseguraron que sí podía dar a luz de forma natural. Ahí la tuvieron 36 horas sin comer y beber agua. Mientras dormía durante la labor de parto, el tacto vaginal de una doctora la despertó abruptamente, a pesar de que la OMS y las propias normas del Ministerio de Salud establecen que antes de realizar un tacto se debe solicitar el permiso de la madre. Luego vino lo peor.

“Empecé a vomitar bilis porque no había comido nada, se empezó a nublar mi vista y con las últimas fuerzas grité que ya no aguantaba más, que quería una cesárea, entonces vino una doctora y me reclamó: ‘no grite porque así son los dolores normales del parto’, segundos después se asustó cuando vio que el suero de oxitocina tenía la dosis máxima. Estaba teniendo un ataque de distonía, es decir, mi útero estaba contrayéndose de golpe y corría riesgo de que se me rompa”.

La oxitocina sintética es una hormona que se coloca a las mujeres en labor de parto para inducir las contracciones, pero aplicada de forma indebida puede causar mortinatalidad, ruptura uterina, taquicardia o bradicardia fetal, además de grandes dolores a la madre. Este terrible dolor físico vino acompañado para Adriana con el dolor emocional de no poder sostener a su hija en su pecho cuando recién nació, a su bebé se la llevaron a otro cuarto, en donde la alimentaron con biberón y la retuvieron durante 15 horas.

Tanto a la madre como a la bebé se les negó el apego precoz: esos preciosos primeros minutos en los que la criatura puede estabilizar su ritmo cardíaco, respiratorio y su temperatura, sin necesidad de termocunas. Es además uno de los pasos para garantizar la lactancia, ya que el olfato del bebé es más sensible y tiende a la búsqueda del pecho de la madre. A pesar de ello, la estadística nacional señala que al 50 por ciento de las madres se les ha negado este primer contacto físico.

En su segundo embarazo, pese al intenso dolor que estaba sintiendo por las contracciones, una doctora que ya había valorado su dilatación previamente, se negó a hacerlo una tercera vez y le cerró la puerta en la cara. “Si yo confiaba en la palabra de la doctora que me valoró y me dijo que regrese en 4 horas, me hubiera ido y hubiera dado a luz en mi casa, quizás la hemorragia se hubiera dado en mi casa y quizás no hubiera estado aquí”.

Adriana, quien además es obstetra, sabía que ya era hora de que su hija nazca, y no estaba equivocada. Fue atendida poco después por un doctor en emergencias a quien le solicitó que suba un poco el respaldar de su camilla, pues con cada contracción se ahogaba, a cambio recibió un: “aquí tienes que dar a luz acostada, tienes que adaptarte”. Después del parto y ya en hospitalización, empezó a sangrar, pero en vez de llevarla al quirófano y anestesiarla para sacar los coágulos que aún tenía adentro, el doctor se puso los guantes y metió la mano hasta llegar al fondo uterino. “Mejor así, es más rápido”, le dijo. Su sangrado le duró un mes.

“Lo haló tan fuerte que le arrancó el brazo derecho”

Valeria Campuzano había planeado el nacimiento de su hijo Joaquín con mucho amor, contrató a una doula y buscó a los mejores especialistas que pudieran garantizarle un parto humanizado. A la hora del alumbramiento, el ginecólogo no respetó su deseo de parir de forma vertical y tampoco hubo monitoreo fetal. Estuvo más de 40 minutos pujando. .

“El doctor lo tironeaba y lo haló tan fuerte que le arrancó el brazo derecho, está arrancado a nivel neurológico en cuatro vértebras, desde el inicio. Hicimos una cirugía para tratar de repararlo, pero no se pudo hacer mucho, costó $12.000, tuvimos que hacer campañas para recaudar el dinero”.

Joaquín no solo nació con parálisis braquial obstétrica -una herida clásica de mal manejo del parto- sino que tiene diagnóstico de parálisis cerebral infantil hipotónica por asfixia severa durante el alumbramiento. El ginecólogo nunca preguntó el peso, ni el tamaño del bebé antes del parto, de haberlo hecho lo más probable es que Valeria habría sido sometida a una cesárea. “Estábamos tan confiados de que todo saldría bien. Yo sí fui sincera y grité ‘ya no puedo más’, pero el ginecólogo siguió con el parto natural”.

Según el especialista en Derechos Humanos y profesor de la Universidad San Francisco, Juan Pablo Albán, en este tipo de casos puede existir una negligencia médica pues el doctor debió acatar los procesos médicos adecuados para evitar la luxación de la articulación del brazo y el cuadro de hipoxia.

Valeria aún recuerda con exactitud las frases que vinieron después del parto, y que sumadas a la situación de su bebé, la llevaron a sufrir una crisis nerviosa: “es que ellos son fans del parto respetado y esto es lo que ellos querían, un parto natural”; “claro pues, es culpa de ella porque no ayudó nada”; “¿usted es la madre necia que quiso dar parto normal?”.

Las burlas, las agresiones verbales, los reproches y las observaciones sexistas, son también un tipo de violencia gineco obstétrica. Estos malos tratos pueden causar daño y sufrimiento psicológico a la madre y están totalmente prohibidos.

Valeria y Joaquín fueron víctimas de un sistema violento en el que a las madres no se les permite escoger su posición para parir
“Me cosieron sin anestesia
y fue dolorosísimo, mucho más que el parto”

Antes de dar a luz, Amanda Coba se había informado sobre el parto humanizado y los derechos de los que gozaba como madre gestante. Su intención era evitar al máximo la cesárea, así que pagó a un centro médico en el que prometieron realizarle un parto respetado, pero nada salió como esperaba.

“Se negaron a firmar mi plan de parto, no me permitían comer, tenía mucha hambre porque habían pasado varias horas, me obligaron a tomar una pastilla (oxitocina) para adelantar mi labor de parto que estaba siendo muy suave, muy tranquila, sin dolor alguno y a partir de esta pastilla empezó a ser súper fuerte, muy doloroso. Cuando les comenté que no quería medicina para el dolor me dijeron: ‘bueno, usted se aguanta entonces, que pena le va a doler”.

Ella recuerda que las personas que la atendieron fueron muy apáticas y le decían constantemente que estaba pujando mal. “Trajeron las tijeras de episiotomía y yo muy claramente les dije que no quería una episiotomía. A pesar de eso, en una contracción apenas me descuidé me cortaron, al coserme se acordaron de que había dicho que no quería medicina para el dolor, así que me cosieron sin anestesia, fue dolorosísimo, muchísimo más que el parto”.

La episiotomía es un corte profundo en el perineo de la mujer que llega hasta el músculo del suelo pélvico, está diseñado para ayudar a la mujer que va a tener un parto vaginal. Si el proceso no es necesario o se hace sin el consentimiento informado de la madre, puede tener graves efectos físicos y psicológicos, llegando a ocasionar la muerte. Es catalogado por la OMS como un acto de tortura y tratamiento inhumano y degradante.

De acuerdo con la doctora gineco-obstetra Lavinia González, quien atiende partos humanizados en Guayaquil, la episiotomía es un proceso que debe realizarse siempre con anestesia, cuando sea extremadamente necesario, y que puede evitarse si la madre da a luz de forma vertical, ya sea parada, arrodillada o en cuclillas. “Yo no realizo episiotomías, no he tenido problema y me demoro menos en suturar los desgarros que hay”. .

Amanda tampoco pudo tener contacto piel con piel con su bebé al nacer, y los doctores cortaron el cordón umbilical cuando aún seguía latiendo, estos son otros dos tipos de violencia gineco-obstétrica.

“Tuve que soportar que 12 personas me hicieran el tacto”

Los dos derrames cerebrales que sufrió su bebé le recuerdan a Anamaría Campaña el vía crucis que fue su parto. Un total de doce personas le practicaron un tacto vaginal, ninguna solicitó su permiso para hacerlo, pero el último doctor en hacerlo fue el peor: “Este doctor me tiró la sábana, dijo ‘voy a hacer el tacto’ y metió los dedos, ahí yo brinqué de dolor y el tipo me golpeó en la pierna exigiéndome que me ponga bien”. El golpe ocasionó un moretón que tomó dos meses en borrarse.

Tuvo que dar a luz por cesárea. Minutos después de que su bebé naciera, alcanzó a escuchar, aún adormecida por la anestesia, que la enfermera le preguntó al doctor “¿anoto lo que pasó con el niño?”, a lo que él responde “no lo anotes, porque no queremos tener problemas, déjalo ahí no más”.

Aún hoy, Anamaría y la neuróloga de su bebé sostienen la teoría de que los derrames del pequeño pudieron ser una consecuencia de aquello que el doctor no quiso anotar en el informe del parto, o del exceso de tactos vaginales, “eran muy fuertes, yo como madre sentía que mi hijo entraba en desesperación porque se le elevaban los latidos del corazón y bajaban de golpe”.

Una investigación realizada en Quito por la Universidad de las Américas (UDLA), junto a la Asociación El Parto es Nuestro, demostró que en un 75% de casos se realizó más tactos de los recomendados por la OMS y por la guía del parto del Ministerio de Salud. Lo indicado es un tacto cada cuatro horas. De acuerdo con la doctora Kirsten Falcon, quien fue parte de esta investigación, el relato de las mujeres que han sido sometidas a un exceso de tactos es similar al relato de una mujer que ha sido violada: “Esta situación puede dejar secuelas para siempre, que te acuerdes de esto hasta que te mueras porque fue una experiencia tan traumática”.

“Si no hace lo que tiene que hacer, la criatura se va a ahogar”

Diana (nombre protegido) dio a luz hace cuatro años en una clínica privada. Ella define el trato de la doctora que la atendió en su parto como ‘mecanizado’. “Me veía que estaba llorando, que estaba desesperada, pero ella nunca me dijo ‘tranquila’, siempre estuvo alejada, nunca se acercó mucho a mí. Nunca fue humana”.

Cansada, sin fuerzas y sin una guía sobre cómo debía manejar las contracciones, Diana llegó al punto de decir que ya no podía más. Fue entonces cuando la doctora abrió toda la llave del suero de oxitocina sintética, provocándole una sola contracción que ella describe como el peor dolor que ha sentido en su vida. “Si no da a luz ahora su hijo se va a ahogar, la única que puede hacer el trabajo es usted, si no hace lo que tiene que hacer la criatura se va a ahogar”, le dijo la especialista.

Para poder sacar al bebé, la doctora ordenó a dos enfermeras que practiquen sobre Diana la ‘maniobra de Kristeller’, una práctica que la OMS desaconseja y que consiste en la presión manual del fondo uterino para ocasionar la expulsión del bebé. Sigue siendo sin embargo, una práctica generalizada en Ecuador y en otros países como Honduras, en donde se aplica en alrededor del 70 por ciento de los partos vaginales.

También fue sometida a una episiotomía sin consentimiento. Su sutura tuvo 13 puntos.

Un dilema jurídico

En Ecuador existe un dilema jurídico alrededor de la violencia gineco-obstétrica, pues al no estar considerada como delito, ni como sanción, continúa perpetuándose en nuestro sistema médico y social. En pocas palabras, ¿cómo pueden las mujeres denunciar estos actos de violencia, si no existe una ley que la sancione adecuadamente?

Dependiendo del caso, estas prácticas violentas podrían examinarse bajo el Código Orgánico Integral Penal que castiga la mala praxis médica; o recurrir a la vía constitucional por tratarse de una violación de derechos fundamentales, aunque el proceso es más difícil y demorado. Fue por este último recurso, que ocho años después Jessika del Rosario Nole obtuvo justicia por la negligencia y el maltrato que sufrió en el IESS, en donde a punto de dar a luz, le negaron asistencia médica.

Para el especialista en Derechos Humanos, Juan Pablo Albán, las normas sobre cómo debe tratarse a las mujeres gestantes son bastante laxas y generales. Por ello, y tomando como punto de partida la sentencia de la Corte Constitucional en el caso de Jessika, la Asamblea Nacional tiene el deber de crear una legislación específica al respecto.

“Una alternativa es reformar la ley de violencia contra las mujeres, e incluir una sección específica sobre esta temática, otra alternativa es que se dé paso al segundo debate del Código Orgánico de la Salud y que ahí se incluya esto, y otra alternativa es adoptar una ley específica, tomando en cuenta las particularidades de esta forma de violencia contra la mujer, tal vez esa tercera vía es la más inteligente”, señala Albán.

Víctimas sin siquiera saberlo

En este momento, miles de mujeres alrededor del planeta pueden estar siendo víctimas de violencia gineco-obstétrica sin siquiera saberlo.

La responsabilidad inmediata en este asunto recae en los estados como garantes de nuestros derechos. Y es aquí en donde el Estado ecuatoriano está fallando. La coherencia en su discurso sobre la protección de derechos de las mujeres se diluye con acciones como la reducción del 80 por ciento del presupuesto destinado para todos los programas de prevención y manejo de violencia de género.

Por eso, la doctora Ana Lucía Martínez, especialista en Género y Desarrollo, hace hincapié en la necesidad de contar con un aparataje estatal que sea consecuente con las leyes de protección a la mujer: “no nos sirve de nada tener leyes si esas leyes nunca van a tener un eco estatal o gubernamental para poderse implementar”. Para esto se necesita un cambio total de paradigma que pase por reeducar a nuestros especialistas de la salud, a los operadores de justicia, a la sociedad y a nuestras mujeres.

Los casos expuestos, pertenecientes a mujeres de Guayaquil y de Quito, evidencian los distintos tipos de violencia gineco-obstétrica a los que una madre puede verse expuesta hoy en nuestro sistema de salud público y privado. Ellas decidieron relatar sus historias de dolor para empoderar a otras. Esta es su forma de denunciar y de reclamar justicia para ellas, para sus hijos y para todas.

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