En la antigüedad el parto era una cosa de mujeres. Ellas parían y eran las encargadas de velar por que se cumpla el proceso natural más hermoso del reino animal: traer una vida al mundo. Los posibles riesgos durante el parto, como la muerte materna y perinatal, obligaron luego a que se vuelva un acto quirúrgico en el que los ginecólogos -todos hombres- obligaban a la mujer a ponerse en posición horizontal (conocida como litotomía), sin saber que esta es la peor forma de dar a luz, y desencadenando así una serie de situaciones violentas que aún hoy se ven como ‘normales’ en nuestra sociedad.
El desconocimiento generalizado sobre la violencia gineco-obstétrica y su normalización en Ecuador y en todo el mundo, han forjado a su vez la idea de que el parto es un acto de sufrimiento que las mujeres deben atravesar con dolor y sin quejarse. Apenas en julio del 2019 dejó de ser un tema invisible para Naciones Unidas, y en diciembre del mismo año se emitió la primera sentencia por este tipo de violencia en el país.
Pero, ¿qué es la violencia gineco obstétrica? Si bien no existe una normativa que regule con especificidad las causales de este tipo de violencia, la Ley para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres la define como “toda acción u omisión que limite el derecho de las mujeres embarazadas o no, a recibir servicios de salud gineco-obstétricos. Se expresa a través del maltrato, de la imposición de prácticas culturales y científicas no consentidas, el abuso de medicalización, y la no establecida en protocolos, las acciones que consideren los procesos naturales de embarazo, parto y posparto como patologías, la esterilización forzada, la pérdida de autonomía y capacidad para decidir libremente sobre sus cuerpos y su sexualidad”.