Los sueños del “cazarrayos”
En el 2019 estaba paseando por Guayarte, la muchedumbre era espesa y la música de cada local buscaba protagonismo. En medio del tumulto apareció un joven de unos 30 años empujando una silla de ruedas. El chico llevaba gafas y tatuajes, caminaba despacio y de vez en cuando se inclinaba para hablar con su acompañante. Había ternura, dignidad, risas en las comisuras de los labios... Sin conocerlo, el dúo me conmovió por su complicidad y lo impactante que se veía. Me acerqué y les dije algo como: “¡Solamente se los ve a ustedes!”.
Conversamos un buen rato y conocí a Gabriel y a su mamá. Hablamos de todo un poco, me enteré que Gabriel vivía con ella en Sauces 1. Jenny había sido maestra durante 47 años y su hijo se convirtió en fotógrafo y chef empírico, después de haber trabajado durante 11 años en lotería nacional. En el 2016 había conocido a una fotógrafa colombiana en Montañita que vendía sus atardeceres para financiar sus viajes. Le había enseñado el oficio y Gabo nunca dejó de tomar fotos. Desde tutoriales de Youtube a talleres con su mentor Robinsky, así se hizo fotógrafo.
A cada relato de Gabriel su mamá aprobaba con un movimiento de la cabeza y un orgullo muy notorio. El chico no era un bacán orgulloso, más bien un agradecido estudioso y apasionado. Quise ver sus trabajos pero se me ocurrió proponerle un reportaje del lugar donde nos acabábamos de conocer. “¡Cuéntame de cada local de Guayarte a través de sus personajes!” El día siguiente nos pusimos a trabajar y logró contarme la historia de bartenders, meseros, tatuadores, actores y guardia de seguridad, con su lente.
Con el pasar de los años nos perdimos de vista pero siempre veía sus fotos publicadas en twitter, entre gráficas de Emelec -el club de sus amores-, momentos captados en discotecas o bares que lo contrataban y últimamente fotos impresionante de rayos. Cuatro años después lo volví a llamar y me contó acerca de su nueva pasión. Entre febrero y abril pasaba entre 4 y 7 horas en Puerto Santa Ana a la espera de tormentas eléctricas. En el barrio ya era el famoso cazarrayos. Logró gráficas de ensueño donde los rayos parten el cielo entre dos aeronaves y unos pájaros que parecen burlar la tormenta.
Gabriel sigue siendo el mismo soñador y tiene más tatuajes y amigos. Me contó que su mamá estaba bien y que la pandemia lo hizo más recursivo. Tomó muchas fotos para no olvidar la humanidad en el caos y cada día seguía clases online o aprendía a dominar nuevos programas de edición. A la par se dedicó a otra de sus pasiones, la cocina. Realiza todos los platos que se puedan imaginar, pero su fortaleza es la sazón. “Sebas, cada vez que inaugura un plato invito a mis amigos para validarlo, ven mañana”, me dijo. Definitivamente hay personas que pasan por tu vida y dejan una huella. Gabo tan solo tiene 36 años y tiene tanto que contar e inspirar.
La cita de Francisco de Asís pareciera describir su camino: “Comienza por hacer lo necesario; luego haz lo que es posible; y, de repente, estarás haciendo lo imposible”.