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“Pude haber sido yo en un momento de ira de Rafael"

jueves, 15 diciembre 2016 - 12:41
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El segmento de blogs de Diario El Espectador de Colombia publicó en días anteriores una carta de una expareja de Rafael Uribe Noguera, el principal implicado en el asesinato de la niña Yuliana Samboni. La mujer, que mantiene el anonimato, revive en este texto algunas etapas de su relación con el arquitecto colombiano. Este secuestro, violación y asesinato conmocionó a América Latina. 
 
Este es un fragmento de su texto: 
Soy una de las mujeres que pasó por la vida de Rafael Uribe Noguera y quiero poner en conocimiento mi historia.
 
He decidido mantener mi identidad en el anonimato porque no es mi interés aclamar popularidad o alimentar ningún tipo de amarillismo. Escribo con profundo respeto tanto por la familia de la víctima como de la del victimario, con la única intención de tocar las fibras de sus corazones e invitarlos a reflexionar como individuos, como padres, como mujeres y hombres.
 
Conocí a Rafael hace un poco más de cinco años. Era un tipo atractivo, montador y aventurero. Le encantaban los retos deportivos, corría maratones, subía la montaña de Rosales, montaba bicicleta, jugaba tenis, fútbol y hasta meditaba.
 
Amaba a su familia, se derretía hablando de sus sobrinas, idolatraba a sus amigos y le apasionaba su profesión. Le encantaba trabajar junto con su madre, tenía varios libros en su mesa de noche, se podía sentar a hablar de actualidad y política por horas, y recuerdo especialmente que decía que, a diferencia de muchos otros que se iban del país, él nunca abandonaría el barco.
 
Recuerdo que le tenía prohibido a los trabajadores de su obra echarles piropos vulgares a las mujeres u orinar afuera. Su apartamento era pequeño, sencillo, con buen gusto e identidad, e incluso conservaba un viejo sofá que había pertenecido al despacho de su abuelo. Su casa vivía impecable, él vivía impecable y olía a colonia de bebé.
 
Era un enamorado de Santa Marta, de la naturaleza, de la música de su tierra, de los viajes donde el cuerpo y el alma se fundieran con el verde, el olor del mar y la paz del viento. Era humano, sensible (muy sensible) y aparentemente feliz.
 
Rafael era en ese entonces una persona encantadora, con un sentido del humor fantástico y una pasión por la vida que inspiraba a salir corriendo a vivirla al máximo. Para mí, estar con Rafa era como estrenar amiguito de prekinder. Era todo una aventura: era lindo pasar el tiempo junto a él, especialmente porque propiciaba carcajadas a menudo y me gustaba creer que, como yo, quería cambiar el mundo.
 
Muy fácil dejarse llevar por una persona así. Qué angustia saber que pasa desapercibido en la sociedad y seguro hay muchos como él entre nosotros con la misma descripción.
 
Pero había algo en él que no encajaba. Era como si una parte de su ser se dessincronizara del resto. Y él parecía hacer un esfuerzo por entender, por entenderse. Cuando tomaba trago entraba en otra dimensión; si lo agarraba en buena onda, era disfrutable, pero si estaba deprimido se tornaba en una persona vulnerable.
 
Varias veces me dejó al teléfono hablando sola; simplemente desaparecía de la conversación. Era irregular, impulsivo, complejo y hasta grosero.
 
A veces las discusiones parecían más de un muchachito de bachillerato que de un hombre hecho y derecho. Había cierto infantilismo en él, como si una parte de su cerebro no hubiera crecido del todo y por ende, su acercamiento emocional no me dejó más opción que alejarme antes de que me hiciera más daño.
 
No alcancé a establecer una relación seria y duradera con él, pero aun así me siento nerviosa, impactada y ansiosa con lo que hoy veo en las noticias. He recorrido una y otra vez todos los espacios de su casa en mi mente, imaginando a una pobre criatura sufriendo más dolor físico y emocional de lo que podría soportar cualquier ser humano, pidiendo ayuda, siendo manoseada, ultrajada, como si tuviera la culpa de algo, castigada con la agresividad más injusta de su corta vida.
 
Cómo hubiera querido nunca haber estado en ese apartamento donde bailé, reí y hablé por horas hasta el amanecer con alguien que tenía las mismas ilusiones que yo. Cómo hubiera querido no conocerlo nunca para no tener la imagen del lugar donde sucedió algo tan desgarrador. No puedo dejar de pensar en el dolor incontenible que significa para el país y la familia de la niña este hecho, así como para sus más cercanos ponerle este nuevo título de monstruo a alguien que creían conocer; lidiar con el odio y la pérdida de Rafael, que aunque siga vivo, ya no estará más entre ellos. Porque “Rafico”, ya no está, al menos no ese que solían amar.
 
Por más que me duela, he seguido atentamente cada noticia, tratando de entender. Y me entero de todo lo que ha sucedido con él en los últimos años: del trago, las drogas, la rumba y las prostitutas. Sin duda, los límites se desdibujaron para él y su necesidad de saciarse resultó en esta tragedia.
 
Con este texto no pretendo “humanizar” a Rafael. Sólo lo menciono en orden cronológico para traerlos al punto de giro en el que nos encontramos hoy y que puedan sentir el contraste emocional que representa enterarse de este crimen. Pero no estoy aquí para juzgar, porque nadie sabe con la sed que otro bebe. Estoy aquí para hablarles como mujer, hija y futura madre.
 
Mientras hay angelitos indefensos que no tuvieron la oportunidad de hacer nada, para los que, como Yuliana, ya es demasiado tarde, quiero aprovechar esta circunstancia como una oportunidad para revisarnos por dentro: revisar nuestras acciones, patrones, dolores y resentimientos. Porque todo esto está allí escondido, y alimentarlo sólo termina en obras y omisiones que pueden afectar a otros. Yuliana no merecía cargar con los conflictos sin resolver de Rafael, que al parecer se cocinó desde pequeño como un abusador y se les salió de las manos (...) Cuando me enteré del asesinato de Yuliana, pensé: “Pude haber sido yo en un momento de trago e ira de Rafael. Gracias a Dios me alejé a tiempo” (...)
 

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