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“Han intentado ocultar nuestra raíz musical”

lunes, 18 julio 2016 - 08:46
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En una investigación que le tomó más de 40 años, el guitarrista Terry Pazmiño logra rescatar varios ritmos populares para enriquecerlos e impedir que se pierdan. Es un trabajo que desempolva la identidad de la cultura popular del país.

Corría la década de 1950 y el zapatero del barrio Chimbacalle (Sur de Quito) enseñaba a un niño cómo tocar en guitarra los ritmos populares: “para un capishca había que hacer cuatro golpes, apagado y cruce; para un saltashpa, un golpe, apagado y cruce. Y así con los sanjuanitos, pasillos, cachullapis…” De esta manera Terry Pazmiño aprendió a interpretar las melodías andinas, ahora convertido en un guitarrista mundialmente conocido, que lleva el legado ecuatoriano por todos los continentes.

En ese entonces, los artistas eran autodidactas. No fueron a un conservatorio o escuela de música. Apenas si tenían grabado un disco. Los conocimientos se transmitían oralmente.

Se trataba de carpinteros, peluqueros, sastres, que dedicaban sus horas libres y la noche a la bohemia. “La música popular fue obrera. Las clases dominantes despreciaban lo que venía del pueblo y por eso no se estudiaba en el Conservatorio”, dice Pazmiño.

Gracias a las amistades de su padre, el joven Terry vivió su adolescencia junto a grandes exponentes del siglo XX como Carlota Jaramillo, Luis Alberto “Potolo” Valencia, Segundo Guaña, quienes le inyectaron la pasión por los acordes nacionales, con los que los ecuatorianos bailaban y se entristecían.

En Chimbacalle había un sitio de paso obligado para los artistas: la Tienda del Chapanguro. Esa fue la escuela de Terry Pazmiño.


Toda una vida. Pazmiño ha realizado
más de 40 giras alrededor del mundo
con su inseparable guitarra.

Una vez que cumplió dieciocho años, partió a estudiar en el Conservatorio Nacional de Caracas, Venezuela. Allí olvidó los ritmos que inspiraron su adolescencia. Pero en algún momento, su maestro, Alberto Lauro, le dijo que no podía encontrar en él una identidad musical. Así como cada poeta tiene sus palabras; cada pintor, sus colores, a Terry le faltaba un lenguaje que lo identifique. “Me preguntó cómo era mi infancia y le respondí que tocaba los ritmos tradicionales y ofrecía serenatas. Cuando oyó eso me dijo que por ahí estaba mi camino”.

Desde aquel tiempo Pazmiño empezó a escribir las partituras de los pasillos, albazos, valses, pasacalles… Se encontró con que la música popular estaba en un estado primitivo, simple o rudimentario. Había que darle más armonía para llevar esas piezas al conservatorio. “Por ejemplo, para enriquecer la música, donde hay un acorde, hay que introducir cinco más. Eso me permitió descolonizar el pensamiento que se basaba solo en la música europea”, dice Pazmiño. Su aporte fue llenar con ritmos populares el hueco que los libros de partituras habían dejado.

Cuando regresó al Ecuador a trabajar como profesor de guitarra en el Conservatorio Nacional, tuvo la polémica idea de sumar en el pénsum de estudio a la música nacional. Eso le costó el puesto, por “intentar transformar el conservatorio en una cantina, trayendo a todos los bohemios”. “Lamentablemente ese era el pensamiento en ese tiempo. No se daba valor a lo nuestro, recuerda Pazmiño, con resignación.

Después de terminar su doctorado en Francia y recorrer América, Europa, Australia, Medio Oriente y China, Pazmiño empezó la titánica tarea de sistematizar lo que llevaba en la mente y en anotaciones, desde su temprana edad. Quería plasmar todos sus conocimientos en una obra para contar la historia de la música nacional, enriquecerla e inmortalizarla para que no se pierda.

El resultado de su investigación se publicó en un libro de diez tomos, denominado “Recuperación del Patrimonio Musical Intangible del Ecuador”, donde rescata catorce ritmos tradicionales. Aunque han pasado tres años desde la publicación de su obra, Pazmiño siente que no ha tenido el impacto que se merece, y quiere retomar una serie de conciertos para revitalizarla.

Pero su interés no va solo por la exhibición de su obra. En estos momentos trabaja, junto a otros músicos, como consultor para elaborar la malla curricular de la Licenciatura en Ciencias Musicales de la Universidad Central del Ecuador. “Por primera vez en la historia se podrá estudiar la música ecuatoriana y obtener un título académico”, se enorgullece Pazmiño, mientras muestra un grueso documento con la carátula de la Carrera de Artes Musicales.

Ha pasado mucho tiempo desde que el guitarrista frecuentaba la Tienda del Chapanguro, de su casa en Chimbacalle. Ahora vive en la parroquia Nayón (afueras del Norte de Quito) junto a su esposa Jenny, quien le ha acompañado toda la vida, en sus más de 40 giras alrededor del mundo. Los dos organizan conciertos y reuniones en su propia casa, a los que invitan a grandes exponentes del arte y público en general.

“Ahora que empezamos a valorar lo que tenemos debemos expandir todos los conocimientos para recuperar la identidad de los pueblos y nuestras culturas”, dice Pazmiño.

EN PELIGRO DE EXTINCIÓN

Dentro del extenso estudio de Terry, menciona el Capishca como el ritmo más original y auténtico, que se diferencia por sus raíces indígenas. En la época prehispánica, este ritmo se ejecutaba con instrumentos de viento, unas pequeñas flautas que fueron usadas por centenares de años, sobre todo en el área de influencia de la cultura Quitu-Cara.

Durante la Colonia, el ritmo se adaptó y adquirió elementos mestizos. Los antropólogos lo bautizaron como “música de hacienda” o “música de cholerío”, ya que sus letras hablan de las vivencias rurales y sobre el conflicto social con las clases dominantes.

Pazmiño anota que los protagonistas de estas canciones son “la Iglesia y las autoridades de gobierno, que son aludidos a través de ironías y sarcasmos, mostrando así la sutil sabiduría en el manejo del lenguaje político y el sentido del humor del pueblo indígena”.

Pero, este, como muchos otros ritmos, corre el riesgo de desaparecer de la memoria de los ecuatorianos, negando a las futuras generaciones el placer de disfrutar de este valioso legado, advierte Pazmiño.

Hay una riqueza cultural inmensa, más de 70 ritmos: “En Cayambe, por ejemplo, existen siete afinados de guitarra. Y en las fiestas del solsticio, en junio, bajan de todas las comunidades tocando y cantando, mientras las familias salen a recibirles con alimentos. Esa es la tradición. Pero cada vez practica menos. En Esmeraldas han logrado conservar los ritmos a través de la marimba, pero hay otros ritmos de la Costa que ya no se tocan”.

ORÍGENES PRECOLOMBINOS

Los orígenes de la música en cualquier civilización son remotos. Parte de su obra, Pazmiño la dedica a demostrar que antes de la conquista española, nuestros ancestros ya contaban con un sistema musical y con instrumentos, con los que se daban el lujo de formar una especie de orquestas. “Pero los españoles escondieron y destruyeron todo para impedir que los indígenas toquen su música, para acabar con su cultura”. Para llegar a estas conclusiones se basó en libros históricos y se apoyó en la colección que guarda el Museo de Instrumentos Musicales Pedro Pablo Travestari de la Casa de la Cultura.

“Tuvimos la oportunidad, con la ayuda del antropólogo y musicólogo Mauricio Maldonado, de tocar los instrumentos precolombinos para saber cómo suenan”, dice Pazmiño. Incluso ofrecieron un concierto, junto con el Grupo La Bola para demostrar la vigencia de estos instrumentos y sonidos. En base a este recuento histórico, Pazmiño dice que la música ecuatoriana tiene una identidad auténtica que viene desde tiempos ancestrales, en parte obstruida con la llegada de los españoles. A esta forma única de hacer y sentir la música, el autor la llama “cadencia”.

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