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La danza Butoh de Thamé, por ejemplo

jueves, 3 septiembre 2015 - 08:32
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    El teatro guayaquileño se consume y muere tradicional y cíclicamente en su neurótica búsqueda de éxito. 

    Semanas atrás programamos en Espacio Muégano Teatro la obra “D-espacio”, del grupo Thamé Teatro de Artesanos, una creación en danza Butoh de Julio Huayamave, quien ha llevado esa práctica surgida de las entrañas de la hecatombe nuclear en Japón a los lugares más infrecuentes de Guayaquil y otras geografías del Ecuador, realizando arriesgados performances en puentes, descampados, pasos a desnivel, etc., en la compleja tradición y ruptura de la experimentación sobre y desde el propio cuerpo, no sólo a espaldas de los micrófonos y los reflectores, sino también en su contra.
     
    A las seis funciones de “D-espacio” acudieron menos de cien personas en total. A la acostumbrada falta de interés de los medios masivos de comunicación, generalmente atrapados en la rutina y la vorágine de la moda y el comercio, puede que se sumara lo infrecuente de una experiencia cuya intensidad y singularidad terminara ahuyentando a un público mayoritariamente conservador, instalado en el entendimiento de lo teatral como mera concesión a la representación de su propio gusto, de lo establecido, de lo ya conocido y de la imposibilidad de imaginar-se de otra manera.
    Sin embargo, las presentaciones de “D-espacio” estuvieron colmadas de logros, y ante la relativa respuesta de espectadoras y espectadores, aparte de indagar en cómo mejorar estrategias de difusión, la principal respuesta será seguir insistiendo. Lustros atrás, ante la desesperación de algunos integrantes del Malayerba de Quito por la poca afluencia de público, Arístides Vargas sentenció “nosotros sigamos trabajando, el público algún día llegará”. El teatro guayaquileño se consume y muere tradicional y cíclicamente en su neurótica búsqueda de éxito. El Butoh de Thamé opera en las antípodas de ello. No es gratuito que su obra se titule “D-espacio”, directa e indirecta referencia al vacío existencial, la prisa y la enajenación en el consumo o el prestigio.

    Pienso en todo esto en momentos en que la Universidad de las Artes se apresura en terminar de abrir sus puertas y procesos, tras varios años de retraso, afirmándose sobre el discutible convencimiento de que los artistas sólo pueden o deben hacerse en la academia. Julio Huayamave es un ejemplo concreto, entre muchos otros, de que eso no es cierto: formado en el grupo Perros Callejeros de Quito, donde adquirió una ética, un rigor y una disciplina que le permiten transdisciplinarse en muchos sentidos y niveles (aunque luego no pueda, no crea que deba o simplemente no quiera hablar/ escribir sobre ello, pero sí actuar en consecuencia), su proceso investigativo ha sido y sigue siendo autodidacta y permanente.

    Lo anterior no pretende negar la academia. El problema está en los agravios comparativos. Un amigo de la Universidad de las Artes sostiene que en nuestro medio hay muchos prejuicios anti académicos. Es cierto. Pero en la academia también hay prejuicios, y un enorme desconocimiento concreto de las prácticas del cuerpo, a las que estudian y valoran desde afuera. No es casual que quienes gobiernen la U Artes procedan de la literatura, una disciplina hasta hace poco perteneciente a la esfera de las Humanidades, no de las Artes, y que por ello concentra la mayor cantidad de títulos exigidos por la refundación biotecnológica que lleva adelante Alianza PAIS, en muchos casos con las mismas buenas intenciones que conducen al infierno, con todo y su utopía de tener “las mejores universidades del mundo”, un empeño que sigo sin entender: ¿mejor en relación a qué, según qué tablas de medición capitalista-productivista?

    Otros contextos históricamente fértiles muestran que en el arte hay en realidad muchos caminos. El ex IUNA, hoy Universidad de las Artes de Argentina, convive con decenas de centros autorizados para graduar profesionales, algunos de grupos independientes, e incluso de ellos llegan a salir profesores y profesoras que terminan recalando en las instituciones más formales. Por supuesto, con todo y su tradicional federalismo centralista, la tradición democrática de la sociedad argentina pesa mucho a la hora de hacer posible esta diversidad.             

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