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El correísmo vive más allá de Correa

jueves, 20 agosto 2015 - 08:00
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    El poder de las dictaduras suele ampararse en el amor, en el temor que la mayoría de los ciudadanos profesa por la seguridad de su respectiva familia.

    Los pocos medios de comunicación nacional fuera de la órbita del Poder Ejecutivo no informaron durante más de una hora de la desaparición de Manuela Picq, el presidente de Ecuarunari, Carlos Pérez Guartambel, y otros manifestantes que la noche del 14 de agosto, lo supimos ulteriormente, fueron secuestrados por los órganos de seguridad del Estado.

    Durante ese tiempo, como en el 11M de la España de Aznar, hubo que acudir a las redes sociales para medio informarse de lo que estaba ocurriendo. Y no es casual que la profesora franco brasileña Picq, mientras escribo esto todavía a punto de ser expulsada del país, por el crimen de ser la compañera de Pérez Guartambel, es decir: como medio de infringirle castigo a un opositor en lo más íntimo de su ser, haya sido la primera periodista en contar, en Al Jazeera, la violación de una niña de 12 años a manos de Glas Viejó, padre del actual Vicepresidente de la República, cuando nadie en Ecuador, ningún medio, quería hablar de ello.

    El poder de las dictaduras suele ampararse en el amor, en el temor que la mayoría de los ciudadanos profesa por la seguridad de su respectiva familia.

    Hoy el miedo en el Ecuador se ha comenzado a resquebrajar, pero la reacción represiva del poder ha sido contundente, un violento callejón sin salida: tras perder por completo el sentido de realidad, y tras varios años de haber cerrado toda vía institucional a la crítica y la disidencia, el gobierno actual parece haberse apuntado al grito franquista contra Unamuno, “abajo la inteligencia, viva la muerte”.

    ¿De verdad deberemos resignarnos a empezar a contar los muertos, ya no sólo en las zonas mineras controladas por las empresas chinas que nos gobiernan tras el falso anti imperialismo de Correa, sino en los mismísimos alrededores de Carondelet?

    Estoy casi convencido de que lo que le sobrevendrá a Correa será aún peor que él. Pero también que eso obedecerá a los mismos factores, a las mismas razones, a las mismas formas de relacionarnos que lo elevaron a su intocabilidad. Se enraizará en la misma tolerancia con que hemos soportado, en nombre del progreso, los avances y retrocesos de un gobierno autoritario y descontrolado desde el primer día. Será su línea de continuidad.

    Me pesa sobremanera pensar que hemos reaccionado muy tarde como nación, y también que muchas de las grandes y justificadas aspiraciones y reivindicaciones que llevaron a Correa al poder serán arrastradas por el fango de su propia ignominia.

    ¿Todo esto debería hacer cesar la protesta? Para nada. Al contrario. La vía de romper el cordón umbilical entre lo que Correa terminó cristalizando y su línea de continuidad (la regresión al estado anterior del correísmo), será no detener la resistencia hasta convertirla en auto crítica.

    La falsa dicotomía izquierda-derecha que Correa ha impreso con el mismo éxito que otros gobiernos del llamado socialismo del siglo XXI, en realidad una extraña social democracia autoritaria refundadora del capitalismo, es el galimatías de los sectores populares que llevaron al poder no a un sujeto traidor, sino a un proyecto sostenido por las patas cortas de una ensoñación utópica que les permitió mirar para otro lado ante los primeros abusos de un gobierno absolutista desde el primer día.

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