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jueves, 20 agosto 2015 - 08:00
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    El meollo del asunto es encontrar el canal democrático adecuado cuando ha sido prácticamente burlado el pedido de consulta popular al que ni siquiera se ha permitido recoger firmas.

    El proceso de ablandamiento a largo plazo que experimenta la nave del gobierno ha sido asumido con una visión de corto plazo que permite superar escollos pero no evitaría su encallamiento. Pues se toman medidas de aligeramiento especialmente dirigidas a mantener el apoyo de los sectores cercanos que han obtenido interesantes beneficios cuando los petrodólares surgían a borbotones. Pero el problema de fondo permanece intocado y, por ejemplo, mantener intactas las rentas de municipios y prefecturas como si el petróleo no hubiese bajado de precio a la larga deviene un costoso espejismo. Así se podría enumerar otros sectores afines al correísmo como el de los transportistas que proclama su respaldo pero siempre enarbolando el clásico toma y daca. Este desgaste resulta insostenible a largo plazo, no solo para el gobierno sino para la ciudadanía que con sus contribuciones sostiene el andamiaje estatal.

    Lo paradójico estriba en que la salida a esta encrucijada no tiene costo económico y más bien revalorizaría a un régimen democrático que se cae en pedazos por la disfuncionalidad de sus instituciones. Más paradójico aún es que esa revalorización de la democracia fue la promesa fundamental de la llamada revolución ciudadana y el contenido esencial del mandato soberano en el histórico plebiscito de abril 15 de 2007 en que el pueblo con el 81,72 por ciento se pronunció por una nueva Constitución.

    El meollo del asunto es encontrar el canal democrático adecuado cuando ha sido prácticamente burlado el pedido de consulta popular al que ni siquiera se ha permitido recoger firmas. Se coloca así de un lado una especie de Rocky que vomita sangre y se ríe frente a golpes que despectivamente califica de blandos mientras el público enardecido quiere a esta caricatura de Rocky fuera del cuadrilátero.

    La sensatez política que en el Ecuador tradicionalmente goza de largos feriados se proyecta claramente hacia un acuerdo básico del que depende la solución de los demás problemas pendientes. No aprobar el paquete de 16 enmiendas que cambian la naturaleza democrática de la Constitución de Montecristi.

    De este extravío político se puede salir por acción u omisión. El de acción luce más creíble, aunque hoy parezca imposible porque la nave sigue a flote, si partimos del hecho cierto de que en la república de papel no existe la madurez necesaria para acuerdos de omisión. Esto es dejar que el paquete se pudra en la bodega legislativa donde incontables veces se han apolillado otros proyectos de reformas constitucionales. Y en ese caso la respuesta también sería de omisión, en lo cual es un maestro Jaime Nebot quien se evapora después de sacar las tropas a las calles. Pero como esta vía requiere de una mutua confianza que no existe habría que construirla, y ese resulta el eslabón perdido.

    En cambio la acción es convincente y concluyente. Simplemente se retira el paquete y se recobra el prestigio perdido para terminar el mandato en paz.

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